Por Mauricio Jarufe
Contemplar. Y fijarse detenidamente. Apreciar el detalle. Sentir la música, los rayos de sol, el viento. Todo aquello que compone un día cualquiera. Una mirada. Un suspiro. Algo de Bach interpretado al piano. Algún verso de un maestro grecolatino… Cada elemento cuenta por sí mismo y aporta al conjunto más que cantidad. Cualidad sobre cualidad.
Es con el detalle que se construye lo que conocemos como amor, o una historia al respecto.
Hoy, en una era de lamentable saturación, en la que incluso viene bien hablar de consumo masivo y hasta de malversación del romance, no importa tanto. Aunque Call Me by Your Name no es precisamente una historia de amor, sí lo es sobre el asombro. En relación al amor. El descubrimiento de sensaciones y sentimientos. A partir de ellos, de probables respuestas a las preguntas últimas.
Ahora bien, la curiosidad más sana conduce, si fructifica, en cierto gozo, pero también en dolor. No por nada, las respuestas yacen a veces donde no esperamos quepa, se revelen. En el silencio, por ejemplo; en lo que no se dice. Y en lo que no es posible decir.
Ahora bien, la curiosidad más sana conduce, si fructifica, en cierto gozo, pero también en dolor. No por nada, las respuestas yacen a veces donde no esperamos quepa, se revelen. En el silencio, por ejemplo; en lo que no se dice. Y en lo que no es posible decir.
He aquí que entra a tallar la contemplación. A través de ella es posible dar con lo implícito, con lo escondido, lo que de pronto asoma por detrás de la niebla, del ruido…