Por Victoria Viola y Guillermo Cóbena
Visión y visualización…
La confusión entre estos dos términos sobresale entre otros varios descalabros idiomáticos por el modo en que ha venido a formar parte importante –no sin caché– del argot pseudo profesional de gestores de procesos, de producción, a nivel material, económico, así como de capital humano. Nos topamos con «visualizar» aquí y allá en redes sociales, lo mismo que con «aperturar» en lugar de «abrir», pero por ser menos evidente en su sentido, el error aquel truena más, claro, en la medida en que a uno le importe lo que dice y oye decir. Guste o no, el lenguaje verbal es articulación y, como tal, tiento de sentido, incluso para desafiar este en otros planos…
Ver no conlleva más misterio, no literalmente; es de por sí, sin embargo, maravilloso. Uno ve, en efecto, lo que tiene ante sí. Pero visualiza justamente lo que no es posible de ver «a simple vista»; de hecho, lo hace visible por medio de algún procedimiento o a través del empleo de algún dispositivo. Así, uno ve efectivamente por medio de la vista, mientras que uno visualiza en la medida en que fragua ante sí una representación. ¿Qué media en este caso sino el prisma de la propia visión, esta vez como concepto en su acepción más compleja?
La forma de mirar, claro, depende a menudo de la propia concepción del cuerpo, antes aún, del espacio y de las dimensiones que uno mismo ocupa, incluso a nivel inconsciente, reflejas, reveladas, gracia del lenguaje inventivo, en lo que uno ve. La concepción del mundo impregna así, no solo la obra de un artista de su tiempo, sino que lo hace tal, graba en su visión misma, la visión de su época, con la que, en caso se trate de un auténtico visionario, romperá.
Victoria ve en el legado de Caillebotte, hondo… Comparte la experiencia, atravesando la generalidad y el detalle en torno, para llevarnos pronto a obras puntuales, muy a su modo: